ZOUK MAGAZINE (Versión en Español) NÚMERO 1 | Page 38

OPINIÓN CORTE DE PARMESANO Inventar el hambre JOAN BARQUÉ H ace algunos días fui a cenar a Kimbo, el mejor restaurante de la ciudad si no eres de Barcelona y sólo te queda decir que vives en Sabadell. Gastronómicamente no podemos decir gran cosa de nosotros mismos, pero es cierto que desde que Kimbo se instaló en la ciudad somos un poco mejores y venir a Sabadell puede tener excusa. Perdónenme que les hable de mida vida sin conocerles de nada —ya habrá tiempo— pero me parecía necesario explicar esto para lo que sigue. El caso es que fui a cenar sin demasiado hambre, cosa que no suele sucederme casi nunca, y yo diría nunca para ser aún más preciso. No hay nada tan espantoso como entrar en un restaurante sin hambre, ni nada que me provoque más repulsión que la gente que va a cenar “cualquier cosaporqué hoy no tengo hambre”. Como si cenar fuese sólo cuestión de hambre. Cabe decir, también, y no es una excusa sino un hecho comprobado y comprobable, que los restaurantes buenos, incluso muy buenos, buenos que no son Adrià, pero que podrían ser su hijo pequeño, aún en pañales, tienen la característica de ponerme nervioso y quitarme de repente el hambre. Cómo la primera cita con tu chica. Y la segunda. Y esto suele sucederme algunas horas antes, las justas para que llegue ahí pensado que no podré acabarme todo lo que se deber pedir cuando vas a esta clase de sitios. ¡Hay que pedir, por Dios! Hay que acabar con las cartas de los restaurantes. Y en fin, cuando llegué a Kimbo empecé el ritual y pedimos lo más nuevo y lo más antiguo, y la trufa, que estaba fuera de carta, y los clásicos, y todo lo demás. Los platos llegaron sorprendentemente muy rápido a la mesa y a medida que fui comiendo mi hambre se hizo cada vez mayor y cada plato me resultaba más bueno que el anterior, hasta el punto que fue el último plato el que mejor me sentó y el que más ganas de devorar tuve. Incluso los postres, que no son santo de mi devoción, me parecieron geniales, exactos. No volví a pedir de nuevo el último plato por respeto a mi mujer que dice que soy un bestia y un exagerado y todas esas cosas que a veces nos llaman las mujeres. Pero lo cierto es que fue el restaurante quien me quitó las ganas de comer y quien más tarde, con su increíble superioridad, me las devolvió. Para quitármelas de nuevo.